Yendi Duelo De Rufianes by Steven Burst

Yendi Duelo De Rufianes by Steven Burst

autor:Steven Burst
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Fantasía
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Di a Kragar la lista y se marchó a cumplir su cometido. Poco después, recibí un mensaje de Melestav.

Jefe..., unas personas quieren verte.

¿Quién?

Van de uniforme.

Oh, mierda. Bueno, no debería sorprenderme. Comprobé que no hubiera nada acusador sobre mi escritorio. Hazles entrar.

¿Crees que va a ser muy duro, Loiosh?

Siempre puedes alegar legítima defensa, jefe.

La puerta se abrió y dos dragaeranos ataviados con los uniformes dorados de la Casa del Fénix entraron en fila india. Uno pasó la mirada alrededor de la oficina con aire desdeñoso, como diciendo «De modo que así vive esta escoria». El otro me miró con una expresión similar, como diciendo «De modo que ésta es ¡~ escoria».

—Saludos, señores —dije—. ¿En qué puedo servir al Imperio?

—¿Sois el baronet Vlad de Taltos? —preguntó el que me estaba mirando.

—Baronet Taltos es suficiente —contesté—. Estoy a vuestro servicio, señores.

El otro se volvió hacia mí y resopló.

—Estoy seguro —dijo.

—¿Qué sabes sobre ello? —preguntó el primero.

—¿Sobre qué, mi señor?

Dirigió una mirada al otro, que cerró la puerta de mi oficina. Respiré hondo y exhalé poco a poco, pues sabía lo que se avecinaba. Bien, a veces pasa. Cuando la puerta se cerró, el que había hablado más extrajo un cuchillo del cinturón.

Tragué saliva.

—Mi señor, me gustaría ayudar...

Fue lo único que conseguí decir antes de que descargara el pomo del cuchillo sobre un lado de mi cabeza. Salí volando de la silla y aterricé en la esquina.

Loiosh, no hagas nada.

Una pausa.

Lo sé jefe, pero...

¡Nada!

De acuerdo, jefe. Me quedaré aquí

El que me había golpeado se cernió sobre mí.

—Dos hombres fueron asesinados ante la puerta de este edificio, jhereg. —Lo dijo como si fuera una blasfemia—. ¿Qué sabes al respecto?

—Señor —dije—, no sé ¡ufff! —exclamé, cuando su pie entró en contacto con mi estómago. Lo vi a tiempo de moverme hacia adelante, de modo que no me alcanzó en el plexo solar.

El otro se acercó.

—¿Has oído, Menthar? No sabe ufff. ¿Qué te parece? —Me escupió—. Creo que deberíamos llevarle a los barracones. ¿Qué opinas?

Menthar murmuró algo, sin dejar de mirarme.

—He oído que eres duro, Bigotes. ¿Es verdad?

—No, señor —dije.

Asintió.

—No es un jhereg —dijo el otro—. Es un teckla. Mira cómo retuerce. ¿No te dan ganas de vomitar?

—¿Qué me dices sobre esos dos asesinatos, teckla? —preguntó el otro—. ¿Seguro que no sabes nada? —Me izó, y acabé aplastado contra la pared—. ¿Estás seguro?

—No sé qué... —dije, y me golpeó bajo la barbilla con el pomo de su cuchillo, que había escondido en la mano.

Mi cabeza se estrelló contra la pared y noté cómo mi mandíbula se rompía. Debí perder la consciencia un instante, porque no recuerdo haber caído al suelo.

—Sostenle para que yo le dé —dijo Menthar.

El otro guardia obedeció.

—Pero ve con cuidado. Los orientales son frágiles. Acuérdate del último.

—Iré con cuidado. —Me miró y sonrió—. La última oportunidad. ¿Qué sabes sobre esos dos asesinatos?

Sacudí la cabeza, que me dolía muchísimo, pero sabía que intentar hablar me dolería más. Alzó el cuchillo, con el pomo hacia arriba, y echó el brazo hacia atrás para asestar un buen golpe.



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